Sunday, September 9, 2007

Lean...Autoretrato II -Puertoriqueños

Fuente:http://www.universia.pr/pdf/Autocontemplacion.pdf.

II. Autocontemplación
Cien años de autorretratos puertorriqueños
La acción de contemplar, dice uno de muchos diccionarios, es: a. aplicar la mente a un objeto o idea,
b. mirar durante largo tiempo y concentración, y c. complacer, ser muy condescendiente con alguien. Cuando Flavia Marichal Lugo, curadora, y su equipo colaborador, decidieron llamar a la muestra Autocontemplación, y no Autorretratos, me sospecho que querían definir más su selección, es decir, lo que ellos buscaban en las obras que la constituyen, pues su meta era enfatizar el retrato interior del artista sobre su dimensión mimética. No hay nada malo en la selección del título, aún cuando el vocablo no existe en español; al acuñarlo -como se hace en mucha de la literatura de las artes plásticas contemporáneas- su intención es la de desplazar con el título la mirada de identificación por parte de los espectadores, y dirigirla a una mirada que sea iconográfica, que analiza, cuestiona e interpreta los autorretratos como una búsqueda de identidad íntima.
Siguiendo los parámetros que el título sugiere, los tres significados que se citan son un punto de partida
no sólo para el trabajo del artista, sino para mejor apreciar los cuarenta y cuatro autorretratos que se nos
ofrecen. El comentario de varios artistas sobre su proceso de invención, se incluye para indagar en aspectos y categorías que informan sobre su auto-reflexión. Usar la imagen propia como un tropo variable de inagotables propuestas plásticas y conceptuales, es uno de los grandes retos de todo pintor. La historia del género que hemos esbozado anteriormente, bien lo ilustra en el pasado; ahora la mirada tiene que dirigirse hacia la muestra.
Perdido un supuesto autorretrato de José Campeche (reproducido por Ramón Atiles y Francisco Oller),
le toca ser el primero en dejar su semblanza para la historia de las artes en Puerto Rico a nuestro gran maestro decimonónico Fran•cisco Oller y Cestero (1833-1917). Fue él también el primero en viajar desde su querida isla a Europa, a España y Francia, para seguir estudios avanzados como pintor. Su presencia en el taller de Courbet le brindaría la oportunidad de conocer el Realismo directamente del sumo pontífice del estilo. Courbet consideraba la pintura realista como un dog•ma artístico. Los repetidos viajes de Oller a París le colocaron, más tarde, en la compañía de los impresionistas y tuvo la oportunidad tratar a muchos de los principales gestores de la nueva pintura como amigos íntimos.
Oller, como es sabido, fue un excelente retratista y en repetidas ocasiones se pintó a sí mismo guiado
más por los cánones miméticos de Courbet que, por los que iban cobrando ascendencia en variadas
manifestaciones que se divorciaban de las academias europeas, prevalecientes por casi cinco siglos. Su
imitación de la naturaleza fue casi siempre tradicional y no de vanguardia. Sus excelentes autorretratos de 1880, de oscuras tonalidades, y el de 1903, con su luminoso contraste de la capa roja y fondo azul (incluido en esta muestra), están separados por dos décadas, pero difieren solamente en lo adjetivo y no en estilo o concepto. La
tristeza que ambos proyectan, reflejo del espejo y de su mirada interior, parece ser prueba de sus tribulaciones personales y de las dicotomías de pensamiento y ejecución artística que ser caribeño y ciudadano intermitente de París le ocasionaban. No es mi intención revivir ni mucho menos iniciar con mis comentarios, la compleja y polarizada problemática de la metrópolis y la isla en nuestro arte, sino aclarar que, si Oller fue el primero en vivir y sufrir el desplazamiento a centros de arte allende el mar, no fue el único. Hasta nuestros días, Europa, Estados Unidos, y México, siguen siendo Meca de la talentosa juventud que, terminados sus estudios universitarios, viaja en búsqueda de mayores conocimientos y contactos directos con el arte contemporáneo. Esta realidad vital al desarrollo de su pensamiento y ejecución artística, llevada a su interpretación individual y particularizada en lo formal está proclamada, a viva voz, en sus autorretratos. Comentar, analizar e interpretar a casi cuatro docenas de artistas en estas líneas es imposible. Es por eso que pecando en muchos renglones de las disciplinas críticas e históricas, que tanto respeto, he recurrido a una clasificación sinóptica, que sin ser absoluta y con notables variables, permiten agrupar en cuatro manifestaciones del autorretrato la gran diversidad de la muestra.
a.
Los primeros que se reconocen son los que en alguna forma favorecen la tradición de lo mimético-
descriptivo, variando el camino de Oller. En nada sugiero dependencias directas entre los artistas y Oller, ni
entre ellos mismos; es, sencillamente, la imagen que comienza con el espejo y aunque se varíe o elabore,
estilísticamente, prevalece y destaca un parecido realista, usando la mimesis como punto de partida para la
propuesta. Además de dos españoles que hicieron a Puerto Rico su segunda patria y fueron maestros de futuros artistas puertorriqueños, Cristóbal Ruiz Pulido y Alejandro Sánchez Felipe, hay unos doce pintores en estegrupo: Myrna Báez, Fran Cervoni Brenes, Osiris Delgado, José Elías Levis Bernard, Daniel Lind Ramos, Luis Maisonet Crespo, Miguel Pou, Juan Rosado, y Rafael Tufiño. Cristóbal Ruiz, Miguel Pou, y Fran Cervoni se nos presentan en la consagrada imagen del pintor,pincel y paleta en mano, ejecutando su autorretrato; Osiris Delgado varía levemente la imagen eliminando los instrumentos de pintar pero se coloca en análoga pose. Juan Rosado en estricto perfil, luciendo una boina y lazo-corbata, símbolos del vestuario del artista. Sánchez Felipe, cigarrillo en boca, lanza su mirada al espectador, en una factura que da preeminencia al trazo de la pintura, como es también el caso de Cervoni,destacando el medio como protagonista de sus retratos. La mirada intensa, mezcla de cuestionamiento y expectativa, que la joven Myrna Báez lanza al espacio fuera de su pintura, no va dirigida a nadie, ni tan siquiera a un espejo: es un excelente ejemplo de un estado de reflexión que revierte sobre su persona. La espontaneidad de la aplicación del color, que incluye chorreados y manchas expresivas, contrasta con el aspecto icónico,
estático, de imperioso gesto que el busto de tres cuarto proyecta. Maestra del autorretrato, lo ha llevado hasta una presentación onírica -un desnudo propio, sentada al borde de su cama.
b.
Ramón Frade, Lorenzo Homar, Néstor Millán, Nora Rodríguez Vallés y Felix Rodríguez Báez, oscilan
entre lo narrativo y la alegoría, con frecuencia haciendo referencia a algún suceso biográfico, o artístico que les sirve de comentario emblemático.
Frade, como tantos artistas, se vio obligado a estudiar una profesión que le diera el sustento suyo y de
su familia, que el arte no le proveía. El simpático autorretrato como agrimensor en un hermoso lugar de su
nativo Cayey, rodeado de niños curiosos y nubes pasajeras que crean un ambiente lumínico típico del trópico, coloca también este lienzo en la tradición arraigada puertorriqueña, del paisaje como antonomasia de nuestra identidad. Y el otro paisaje en la exhibición, el de mar, es el que identifica al maestro Lorenzo Homar; gimnasta de toda la vida, identifica en las olas su ‘academia’ deportista como Ocean Park (ahí impartió por años lecciones de gimnasia a los niños y adolescentes de caseríos como a los del Condado, y a mis hijos también). Es, “...una composición donde la autorrepresentación (sic) del autor dialoga con otras obras en la historia del arte.” De esa manera describe Néstor Millán la paráfrasis visual de los tapices medievales del Unicornio, en la colección del Museo Metropolitano de Nueva York, en su división de los Claustros, y la presencia, a la izquierda del lienzo, de una de las secuencias fotográficas de Edward Muybridge, autor de The Human Body in Motion. Millán se representa en pose análoga a la derecha, pero invertida “...y observo directamente el espectador.” Y en una variación del cuadro dentro del cuadro y el reflejo del espejo, en broma y en serio, Nora Rodríguez, se posa como si fuera a nosotros a los que retrata. Todas estas pinturas son metáforas extendidas en las que el artista se usa como personaje anecdótico, arrojando luz sobre intereses o sucesos que considera reveladores de su personalidad.
c.
La fantasía, el expresionismo y el simbolismo se destacan en el tercer grupo como resorte inicial de
una de pronunciada carga sicológica y emotiva que caracteriza la imagen, Luisina Ordoñez (+1975) murió
cuatro años antes de nacer Cacheila Soto (1979), y a pesar de las obvias y grandes diferencias formales y
estilísticas que las separan en su obra, ambas usan su imagen como icono de agresividad/fragilidad emocional en imágenes de ambivalencia gestual, paradójicamente colocando al espectador en un rol de adivinador más que de observador. Carlos Collazo (1956-1990), Antonio Fonseca (1972) y Arnaldo Roche Rabell (1955) alteran notablemente sus rostros -pintándose calvo y con arbitrariedad de colores, oponiendo la fragmentación de su semblanza yuxtapuesta a una abstracción, y trastocando el color real de su tez con una negrura que recuerda los fetiches de azabaches (nombre de la pieza) de origen africano- respectivamente. Estas son pinturas que materializan profundas meditaciones sobre la muerte inminente, enfermedades y tragedias personales o una desesperada búsqueda de identidad personal, artística y étnica. La explotación de recursos pictóricos -el uso de la fotografía, el color, el dibujo, la escala, etc.- llevados a extremos o variaciones inesperadas, son protagónicos en la transformación de la imagen y la postura conceptual que desarrollan.
Ángel Botello, el único autorretrato de marcado narcisismo en la exhibición, efecto logrado más por el
gesto ensimismado que llega hasta negar su mirada al espectador y parece sostener la paleta de pintor como
espejo rechazado, comparte con la imagen del joven Tufiño -quien usa un rojo encendido de fondo a su busto- una sugerencia de sensualidad intencional. Rafi Trelles, comentando sobre La ofrenda, confiesa que “...lo que más me interesa de esta obra es el trabajo de la pincelada, el color y la intensidad sicológica del personaje representado como una talla de palo.” Pero la pintura fue un regalo para su esposa Gradissa ‘’...en un momento en que la vida nos condujo por caminos separados... es una metáfora tomada de algún romántico bolero... le ofrendo a la amada la luna y las estrellas y un pedazo de cielo nocturno con forma de zapato...” etc. Jorge Zeno se convierte en casi escultura, en monocromáticos tonos de azul, contrastado su busto con una roja pared que se abre en un ojo de buey, un
nimbo (?) dando vista a una esquina de casa y patio florido bañados en luz. Como en muchas de sus obras, la fantasía no es para explicarse racionalmente, sino para intuir un estado de ánimo muchas veces lúdico.
Sigo pelú y barbú es la saga de Cecilio Colón: “...quise expresarme sobre varios aspectos personales,
artísticos, socio-políticos y existenciales que ocupaban mi mente y esfuerzos.”, que tiene que ganarse la vida en la empresa privada, la que quería eliminar todo ese pelo ‘ofensivo’, para mantener su familia y su dedicación al arte. Como lo indica el título ha logrado desafiar la hipocresía burguesa, la que le compra sus cuadros, por un cuarto de siglo. Y para Elizam Escobar, El escindido, no es sólo un autorretrato (la cara del artista aunque acontezca como máscara, el uniforme azul-gris de la prisión estatal, el kaki de la federal, la horca de la muerte, el sol de la vida, etc.) es también una personificación de la solidaridad que surge entre el yo-real- existente y su otro-imaginario que comienza a ser más real en su devenir trascendente.”
En otro humor muy distinto, Antonio Martorell afirma que, “El autorretrato siempre es un espejo a
destiempo y a veces a contratiempo.”, pero, “Es también una constancia de las in•qui•etudes tanto de
técnica como de estilo, de materiales, superficies, de cómo uno se quiere ver a sí mismo, que casi nunca
coincide con cómo nos ven los demás.” Lionel Ortiz Meléndez aclara que su autorretrato surge de una mirada, no en un espejo, sino en “...una fotografía siendo yo niño, que reinterpreto lo que veo, con la experiencia del yo adulto.”
Las fantasías de Nick Quijano y Ralph de Romero se valen de objetos y referencias que flotan en su
entorno para informar su intención con el autorretrato. De Romero con los ojos cerrados y un tanto tétrica
expresión, coloca sobre su cabeza una pequeñas imágenes de Win•ston Churchill y del British Museum, que identifica con una foto, y otras referencias a Londres; y en un humor menos cultural, que traiciona la ironía de la pieza, incluye pequeñas fotografías de féminas de prominente busto, y la palabra ‘experiencIA’. El joven Quijano despliega fotos de su amada entre sus manos y muestra múltiples marcas de besos en huellas de lápiz de labio sobre su cara y cuerpo; en la almohada de una cama de cuatro pilares, se dibujan la ropa íntima de la mujer y también del artista. Criptogramas ofrecidos en forma jocosa al espectador que puede llegar a sus propias conclusiones.
d.
La des-construcción o fuerte estilización de una imagen u objeto realista puede darse, a partir del
cubismo y otras vanguardias de principios del siglo XX de múltiples maneras que, entre otras consideraciones intelectuales y plásticas, se aparta de la mimesis y la perspectiva de los espacios nacidos con el Renacimiento.
Este cuarto grupo que busca estructurar la imagen por la geometría, la planimetría o por variaciones estilísticas, puede llegar hasta la caricatura. Es bueno recordar que uno de los retratistas más geniales del siglo XIX, Jean Auguste Dominique Ingres, dijo que hay algo de caricatura en todo buen retrato.
Marimater O’Neill y José Rosa parten de dos vertientes estilísticas muy distintas, pero comparten
elementos caricaturescos: en O’Neill la imagen se convierte en mezcla zoológica y humanoide de coloración fantástica, mientras que Rosa somete a su conocido esquematismo, su apariencia real. “Nunca me he preguntado por qué hago autorretratos. Simplemente los hago como una cuestión plástica.”, comenta Rosa en las notas biográficas del catálogo; es sin em•bar•go difícil creerle cuando dice que no se divierte cuando pinta y que le es tarea angustiosa -para el espectador parece todo lo contrario. En 1993, Mujeres artistas de Puerto Rico Inc., publicó bajo el título Nuestro autorretrato, el ciclo de conferencias que acompañó a la exposición homónima celebrada en el Museo de Arte Contemporáneo de Puerto Rico del 2 de octubre al 27 de noviembre de1992. La introducción es de O’Neill; esta compilación de ensayos es el único documento de su clase que conozco sobre autorretratos puertorriqueños.
Domingo García, quien ha hecho incontables retratos y autorretratos y fue llamado ‘el Narciso criollo’
por Mari Carmen Ramírez, según las notas citadas anteriormente, afirmó, en 1989: “Cuando un pintor se pinta a sí mismo es porque necesita descubrir algo más acerca de su propia identidad, su existencia psicobiológica o la lucha interna.”; aseveración que describe su autorretrato fantasmagórico de esta muestra. García organizó dos exhibiciones del género en sus galerías Campeche (1960) y Latino Americana (1989; del opúsculo de esta última es que proviene la cita anterior). Narciso Dobal, Luisa Géigel, Rubén Miranda y Carlos Osorio se identifican con tendencias de reducción geométrica y planimétrica de la imagen, muy distintas entre sí, que manifiestan fuertes alianzas a
diferentes propuestas del modernismo.
Por el contrario, Julio Rosado del Valle, quien en un conocido autorretrato de su juventud se pintó en
gesto digno de Gustave Courbet y con no menos narcisismo que el famoso francés, aquí se nos presenta con un expresionismo de violenta distorsión fisonómica y exageración gestual. Este es uno de una serie de autorretratos que, como ha comentado el Profesor Nelson Rivera, es ejemplo del método que Rosado del Valle usa al trabajar un tema: “lo analiza, desarrolla y desmenuza hasta la saciedad.” Poli Marichal Lugo confiesa que en su obra En Trance, más que copiar mis rasgos, busco un sentir interno... En esta pugna-goce-meditación, los pinceles y las espátulas manchan, rayan, escarban, destruyen, vuelven a construir...mi cara en el canvas ya no es mi cara sino la máscara desechada que queda después del rito.”
Y, por último, hay también representación del autorretrato naïf; Joaquín Reyes y el gran maestro
Manuel Hernández, en dos modos distintos de esta reducción pictórica que se caracteriza por su espontaneidad y aire infantil, usan una línea negra para separar las áreas de color planimétrico para plasmar sus autorretratos.
En el primero, está presente su preferencia por la línea y la planimetría para elaborar sus imágenes
bidimensionales, mientras que en Hernández apreciamos la fuerza expresiva de sus dinámicas manchas de color que dan movilidad a la imagen y a la superficie del lienzo. Si los artistas han aplicado su mente a su persona, y han mirado durante largo tiempo y con mucha concentración, a lo que se ve de ellos y a lo que llevan en lo más íntimo de su ser, nos toca a nosotros, los espectadores, decidir a quien querían complacer -a ellos mismos o a nosotros. Como en la búsqueda del joven Picasso, de una imagen que le identificara por su verosimilitud pero que también fuese un manifiesto de su voluntad artística, los artistas puertorriqueños se han esforzado por hacer gran arte al girar su visión privilegiada
sobre sí mismos.
Autocontemplación es una oportunidad única de ver reunidos un gran número de autorretratos
puertorriqueños. Tradicionalmente, el autorretrato se presenta en exhibiciones como un capítulo entre otros que estudian el retrato. A pesar de los cambios radicales que se han dado en las artes y en la teoría, crítica e historia del arte durante los últimos cincuenta años, la reaparición de la pintura figurativa asegura la supervivencia, para quienes quieran, del autorretrato. Esta muestra hace patente la pérdida enorme que sería si el artista deja de recoger el guante que el género arroja a sus pies.
El Yo del autorretrato es una moneda de dos caras, y si una es condescendiente como resultado de la
autoestima que provoca su génesis, la otra cara va dirigida a quien tiene en sus manos el juicio final de la
apreciación de la obra, el espectador. En la literatura, la autobiografía es el autorretrato de quien la escribe.
Confieso que he vivido escribió el gran Neruda, y en la selección del título ya atisbamos la maravillosa vida y secretos que el gran poeta nos va a revelar. Es de esta afirmación pública de la profesión del artista que se habla en el autorretrato: Yo el artista.

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